jueves, 5 de marzo de 2015

Una terapia tan antigua como el hombre




   Los primeros textos escritos datan del año 4000 a.C. en Egipto. Los faraones utilizaban Lapislázuli como cosmético y para proteger sus ojos de los rayos del Sol. Cleopatra (69-31 a.C.) usaba un casco recubierto de Hematites para conservar su belleza y juventud.
   Griegos y romanos también conocían las propiedades de las gemas, como nos relata Plinio el viejo en sus textos de “Historia Natural”. Por aquel entonces la Esmeralda era recomendada para las personas con vista cansada, probablemente como consecuencia de que Nerón tenía la costumbre de mirar los combates de gladiadores a través de una fina lámina de esta gema, para evitar el reflejo del Sol en la arena del circo y por tanto que no se le dañara la vista, en fin que sin proponérselo fue el inventor de las gafas de sol  polarizadas. Esto se debe a una propiedad de los cristales de polarizar la luz.
   En Occidente, la Edad Media es la etapa de más experimentación con las gemas. Se construían copas de mineral para potenciar los efectos de los elixires, la Cornalina se prescribía como remedio homeopático para detener las hemorrageas, etc.
   Al comienzo del siglo XX ya se conoce la “piezoelectricidad del Cuarzo”. Casi al comienzo de la Primera Guerra Mundial se empieza a sintetizar en laboratorio hasta obtener ejemplares limpios de inclusiones y utilizarlos como osciladores de radio.
   Hasta 1957, era normal entrar en la tienda de un guímico londinense para comprar polvo de Rubí, Esmeralda o Perla y utilizarlo como medicina.



                                  Basada en la filosofía de la Medicina Hindú
    
      La gemoterapia que se aplica hoy día en Occidente tiene su origen en la medicina hindú, que lleva unos 3.000 años utilizando gemas como medicina armonizadora. Tanto para ella como para la cultura china, la enfermedad es una manifestación de un desequilibrio entre cuerpo y mente.
   Consideran al ser humano como parte integrante de la energía cósmica, el” chi “para los chinos, el “kundalini” para los hindúes. Las dos medicinas siguen caminos paralelos, en una se nos habla de meridianos por donde discurre la energía a lo largo del cuerpo, y de cómo, con la aplicación de agujas en determinados puntos, se puede restablecer el flujo de ésta. Y en la hindú nos habla de chakras o,  ruedas,  o vórtices de energía, capaces de activarse por la ingesta de determinados alimentos, aplicación de gemas, colores, determinadas notas musicales o masaje vibracional.
   Cada una de esas ruedas se corresponde con un color del espectro visible  (lo cual no implica que sobre una determinada zona se apliquen gemas de ese color, es bastante más complejo),y con una glándula endocrina, pineal, hipófisis, tiroides, timo, hígado, suprarrenales y gónadas (ovarios y testículos).




Todos los chakras están conectados entre sí por un canal central, “el sushuma”, que correspondería a la columna vertebral. A la izquierda de ésta nos encontramos con el “ida” o canal de energía receptivo,
de energía femenina o lunar; y a la derecha de la columna con el “pingala” o canal de energía proyectivo, de energía masculina o solar.
   
  

   Se emplean gemas pulverizadas e ingeridas,ya que muchas de ellas contienen minerales que nuestro cuerpo necesita; en forma de elixires o cenizas llamadas “bhasmas”, o como uso tópico en abcesos, dermatitis, o hemostático. Más adelante se descubre que cada mineral, debido a su estructura y composición, posee una energía determinada capaz de restablecer la conexión entre chakras, mejorando nuestro estado de ánimo y como consecuencia, nuestra salud.



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